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lunes, 11 de noviembre de 2013

Relatos de Terror - Samaín 2013

Disfruta dos relatos premiados a partir do salto de páxina.

 

1º Premio: Iachawyrs, de Rebeca González Diéguez  2ºA

Iachawyrs 
 
Me desperté en una desconocida habitación, estaba todo oscuro. Me dolía la cabeza, parecía que me la hubieran golpeado. Quise mover mis brazos, pero estaban amarrados, me era imposible moverlos y mis pies tampoco. Un sentimiento de miedo e histerismo recorrió mi cuerpo. ¿Dónde me encontraba? Era una pregunta que no podía responder. Mis ojos se acostumbraron a la luz. Estaba enganchada con unas cadenas a la pared. No había ningún mueble en la habitación, ni cuadros. Solo una puerta de madera enfrente de mí.

El vello de mis brazos se erizó, hacía un frío de mil demonios y era normal, llevaba una simple camisa que no me proporcionaba calor alguno. Recorrí de nuevo la habitación con la mirada y esta vez pude distinguir una ventana muy cerca de mí, estaba abierta. Maldije por lo bajo; la persona que se había molestado en mantenerme en cautiverio podía haber tenido un poco de consideración… Pero yo seguía allí en medio de ninguna parte y cada minuto que pasaba iba notando cómo hilo a hilo mi vida se iba esfumando; y es que, a este paso si no perecía congelada, sufriría una hipotermia.

Escuché pasos en las proximidades. La manilla de la puerta empezó a girar. Me revolví, pero era inútil. Un destello de luz inundó la habitación y me cegó. Desprendía sudor frío por cada poro de mi piel, es más, estaba segura que se podía oler mi miedo en el ambiente. Mi estómago parecía una lavadora de sentimientos, sabía que estaba a poco de vomitar su contenido.

-Hola señorita- Susurró la voz. Un guante recorrió mi rostro. Y me deshice del material del estómago que me había carcomido por dentro.

El extraño me puso una venda en los ojos. Y se rió. Noté el roce con algo frío y metálico que quemaba la piel de mi cuello. Gotas producidas por el dolor manaron de mis ojos y recorrieron mis mejillas.

-Ahora aprenderás a no tratar inapropiadamente a tu captor- Me susurró al oído.

Se rió.

De repente escuché un jadeo entrando en la habitación y cómo aprisionaban a alguien a mi lado.

-Ya hablaremos luego, señorita Aura. Ah! Y para que sepas, la muchacha de al lado se llama Alana. Será la única persona que verás y con la que hablarás antes de perecer - Dijo él. Me estremecí, sabía mi nombre.

Poco después, aflojó algo las cadenas, gracias a ello ahora podía mover las manos y los pies casi libremente. Luego, me saqué la venda de los ojos. Rocé con un dedo mi cuello. Me retorcí de dolor. Escuché una respiración pronunciada y me acordé de que había alguien a mi lado.

-¿Estás bien? - Pregunté con un mínimo susurró.

-Mi bolsillo derecho- Susurró ella.

Fruncí el ceño, cogí un manojo de llaves que tenía en aquel bolsillo y me di cuenta de que tenía una linterna, la encendí, emanaba una luz tenue, pero era perfecta para la ocasión. Produje un gemido, delante tenía una muchacha flacucha, con cara pálida, unos ojos azules que eran estremecedores y la cara llena de moratones y sangre seca.

Frunció el ceño.

¿Podrías aflojarme las esposas? - Preguntó Alana.

-Supongo- Lo hice.

Ella cogió algo de su llavero y a los pocos minutos nos tenía sueltas a las dos. Se acercó a mí.

-¿Qué te han hecho en el cuello?- Preguntó.

Iba para contestar, pero no pude articular palabra, no me salían de la garganta.

Frunció de nuevo el ceño. Me mordió la muñeca. Me alejé de ella y vi que tenía unos dientes prominentes.

-Esto es surrealista, pero, ¿eres un vampiro? - Pregunté.

-No, porque eso implica o ser una psicópata chupasangre inmortal u otras versiones actuales que aún son peores. Nosotros somos normales, solo tenemos el poder de sanar a la gente con una mordedura. Nos hacemos llamar Iachawyrs- Respondió.

-Además de psicópata, chistosa. Me gusta…-Mascullé.

Fui hacia la única vía de escape que teníamos y por el camino me toqué a lo despistado el cuello, ya no sentía dolor ni tenía el corte. Miré por la ventana, cada vez más histérica ¿Y qué pasaba si en aquel momento entraban por la puerta? Era casi imposible saltar sin partirse el cuello.

-Aceptable- Susurró ella.

Le miré la cara con escepticismo.

La puerta se abrió.

-Salta - Gritó.

Titubeé y antes de que lo hiciera, ella se adelantó. Escuché un tiro y noté un impacto en la espalda. Caí y antes de que impactara contra el suelo, me cogió en el aire. Maldijo por lo bajo y empezó a correr.

Cuando me desperté estaba en una habitación, pero aún tenía el dolor de la bala. Notaba cómo de mi espalda manaba sangre.

- Aura…- Susurró el ser.

-¿Qué quieres?- Susurré.

- Despedirme, probablemente para siempre - Dijo.

-¿Qué?- Pregunté atemorizada. De repente, me mordió y cayó tendida en el suelo.

Me tendí junto a ella, le tomé el pulso que cada vez iba disminuyendo.

-Piensa rápido - Me dije a mí misma.

Y me pregunté si la sangre tendría algún efecto sobre ella. Fui al baño donde encontré una cuchilla de afeitar, me corté la mano y el contenido lo deposité en su boca. La mano me dolía, estaba trastornada y dolida.

De repente, Alana abrió los ojos. La abracé y ella se quedó seca hasta que se acordó de todo lo sucedido.

-No deberías haberlo hecho.-Susurró Alana. Luego, cerró los ojos- Ahora eres como yo.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero, a fin de cuentas, ¿era malo?

-Valió la pena- Susurré.

-No sabes cómo somos, vivimos más que un humano normal, pero es más como una maldición-Murmuró.

-Eso es mentira-Miré su cara, aún llena de moratones. Mis colmillos asomaron y la mordí, aquello era una espectacular subida de adrenalina-.Tu me has salvado la vida dos veces y yo te he devuelto el favor como me ha sido posible.

Poco después hablamos y me ofreció recorrer con ella el mundo para protegernos de la gente psicópata como la que nos había apresado. Viajamos por sitios maravillosos, cautivadores y mágicos y vivimos experiencias únicas. Llegamos a hacernos inseparables… Este es el fin de una micro-historia de nuestras vidas, pero no el fin de nuestras aventuras ni vidas…Son tan largas que una persona normal no podría leerlas ni vivirlas…


Finalista: La carta de la muerte, de Marta Folgar Martínez 2ºA

LA CARTA DE LA MUERTE 
 
Hace años, mi abuelo me contó una historia que siempre recuerdo cuando paso por delante de esa casa. Yo siempre le pedía que me contara relatos de miedo, y él se los inventaba al momento, consiguiendo captar toda mi atención. Pero cierto día, decidió contarme una historia real, que la tituló “La carta de la muerte”.

Una familia feliz, a la que no le faltaba de nada, decidió contratar los servicios de una cuidadora. Los padres trabajaban muchas horas al día y casi no tenían tiempo para estar con sus niños, así que necesitaban a alguien capaz de prestarles toda la atención que ellos no podían . Leyeron en el periódico un anuncio en el que una chica joven, de treinta y dos años se ofrecía para atender niños todas las horas al día que le pidieran. Lo primero que hicieron fue llamarla, preguntarle si no tenía ningún inconveniente en preparar la comida, ayudar a los niños con los deberes, llevarlos al colegio y demás. Les dijo que podían contar con ella para todo, y además, les pareció muy agradable y educada, asi que le dieron la dirección de su casa para conocerla en persona, hablar del sueldo y fijar el día para empezar a trabajar.

Una semana después, la chica ya trabajaba en esa casa, y todos estaban muy contentos con ella. A los niños les encantaba porque era muy divertida y risueña, y los padres… bueno, si a los niños los hacía feliz, ellos también lo eran. Así pasaron seis meses. Cogieron mucha confianza en la cuidadora, e incluso, cuando no la necesitaban, la llamaban para ir a dar un paseo todos juntos.

Un día, cuando los padres aún estaban en el trabajo, recibieron una llamada de Lucía, que así se llamaba la cuidadora. Llorando desconsoladamente les contó que había ido a recoger a los niños al colegio y que éstos no estaban. Les explicó que había llegado unos cinco minutos más tarde porque había atasco en el centro. No vio a los niños en el lugar donde siempre la esperaban e inmediatamente fue a preguntar a las profesoras si sabían algo de ellos. Pero nadie los había visto. Fue al parque más cercano, los buscó en la tienda de juguetes adonde tanto les gustaba ir, y en su tienda de golosinas favorita, sin resultado. A los padres se les cayó el mundo encima. De inmediato denunciaron la desaparición a la policía. En pocas horas, toda la ciudad estaba repleta de papeles con fotos de los niños por si alguien los había visto.

Con el paso de los días, la preocupación de los padres era mayor. El no tener ninguna pista sobre ellos les hacía perder toda esperanza de volver a verlos con vida. Por más vueltas que le daban a la cabeza no podían explicarse por qué a ellos, si al fin y al cabo eran una familia normal y corriente, para nada adinerada, lo único de lo que podían presumir era de que eran una familia muy feliz.

Cuando empezaban a hacerse a la idea de que no volverían a ver a sus hijos, pues ya habían pasado casi dos semanas, ven que un sobre grande y morado asoma por el buzón. Lo cogen, sin imaginar su contenido, y al abrirlo, ven un mechón de pelo. A la pareja le da un vuelco el corazón, reconocen perfectamente ese color de pelo, esa suavidad. No podía ser de otra persona aparte de su hija Nerea. Dentro del sobre, había también una nota que ponía: “Jamás volveréis a ser la familia feliz que erais. A partir de ahora el dolor y el sufrimiento os acompañarán siempre. Si le contáis esto a alguien, no volveréis a ver a vuestros hijos… vivos”. Se miran entre ellos con cara de asombro y, al borde de la desesperación, deciden informar a la policía. Pero ni en el sobre ni en la nota, por desgracia, hay huellas que puedan identificar a los secuestradores. Estos tuvieron sumo cuidado para no dejar rastro alguno.

Por su parte, la cuidadora está dispuesta a seguir con la familia, pues ellos mismos se lo piden. Aunque no tenga niños que cuidar hará todas labores de la casa y tratará de ayudar en todo lo que pueda.

Y así, apoyándose los unos en los otros, los padres y la niñera pasan otra semana de angustia. sin tener más pistas de la que ya tienen.

Un día, al volver de comisaría, encuentran un nuevo sobre morado en el buzón. Esta vez sí se imaginan lo que es. Con las manos temblorosas, lo abren y dentro se encuentran un diente de un niño. En la nota, esta vez, podían leer lo siguiente: “Aquí os va una muestra más de que vuestros hijos siguen con vida. Si no contáis nada a nadie esta pesadilla se acabará pronto. De no ser así, seguiréis recibiendo pistas… hasta la última.

Los padres sabían muy bien lo que querían decir: esa última pista era la muerte. Esta vez también se lo contaron a la policía, aunque en la carta los advertían de que no lo hicieran. De nuevo, no había el menor indicio de quién podía estar detrás de todo esto. De todos modos, seguirían con la investigación.

Unos días después, la madre volvió a casa más temprano que de costumbre. Cuando se dirigió al estudio para dejar su maletín, se encontró a la niñera escribiendo sobre el escritorio. Ésta escondió rápidamente lo que tenía entre manos y empezó a disimular como si sólo estuviese sacando polvo al mueble. Pero la madre se dio cuenta de un detalle, algo que no le habría gustado ver: Lucía estaba escribiendo una nota en un papel de color morado y al lado había un sobre del mismo color. La madre se quedó perpleja y un gran escalofrío recorrió todo su cuerpo, pero hizo como si no viera nada.

Tan pronto como Lucía acabó sus tareas y se marchó, la madre llamó a su marido y le dijo que fuera rápidamente a casa, que había descubierto algo. A la media hora estaban contándole al señor García, el detective del caso, lo sucedido con la niñera. Nadie se lo podía creer.

A la mañana siguiente, Lucía se presentó en la casa del matrimonio dispuesta a hacer sus tareas como de costumbre. Pero esta vez algo iba a cambiar. La policía ya estaba avisada y la seguirían para confirmar sus sospechas. Sobre las dos de la tarde, la cuidadora subía al coche rumbo a su casa y la policía, en un coche camuflado, la iba siguiendo. Quince minutos más tarde se paró delante de una casa al pie de la carretera, bajó del coche y entró. La policía también aparcó cerca de la casa y, al poco rato, llamó a la puerta de Lucía. Ésta los atendió con una amable sonrisa. Le dijeron que eran policías y que estaban investigando el caso de los dos hermanos desaparecidos .La niñera no pudo disimular su nerviosismo pero no le quedó más remedio que dejarlos entrar. Miraron en todas las habitaciones y no encontraron nada, todo estaba tranquilo y no había rastro de ningún niño. Pero cuando se disponían a bajar las escaleras escuchan un ruido como si alguien estuviese golpeando algo. Lucía echa al culpa al gato, pero los policías no la creen e intentan averiguar de dónde procede ese ruido. Buscan por todas partes y a medida que se acercan al estudio el ruido se puede escuchar con mayor claridad. Al golpear una estantería ésta se abre como si fuese una puerta y al momento pueden ver a dos niños muy asustados cogidos de la mano. La pesadilla por fin había terminado.

Las investigaciones llevan a los policías a relacionar con la misma niñera casos anteriores de niños desaparecidos en las mismas circunstancias. La niñera acaba confesando que en el jardín de la casa están enterrados los otros cuatro niños que ella misma había secuestrado en otras ciudades. Y de no ser porque la policía llegó a tiempo, Nerea y Lucas habrían acabado como los demás.

Al cabo de unos días se supo que la niñera buscaba niños pertenecientes a familias felices. Su infancia había sido durísima y nunca nadie le había dado amor ni la mínima muestra de cariño. No soportaba a esos niños de familias perfectas a los que no les faltaba de nada. Si ella no fue feliz esos niños tampoco debían serlo.

Poco a poco, la familia de Lucas y Nerea iba volviendo a la normalidad. La tristeza que invadió a los niños y a los padres cuando se separaron fue enorme, pero el reencuentro fue el momento más feliz de sus vidas y ahora lo único que importaba era el presente, no había que encerrarse en los malos recuerdos.

Sin embargo, pasados unos meses, cuando el tema estaba ya casi olvidado, la madre fue a recoger las cartas al buzón y ,para su sorpresa, volvió a ver ese sobre morado que tan malos recuerdos le traía. Empezó a temblar de miedo, sin poder creérselo. Entró corriendo en casa y lo abrió sin decirle nada a nadie. De nuevo, dentro del sobre, había una mancha de sangre, con un mensaje dirigido a ella: LA PRÓXIMA SERÁS TÚ.


1º Premio: Demonio, de Gabriel Piñeiro Fernández 4ºA


Finalista: El molino, de Julia Martínez Tomé 4ºA

El molino.


Los zapatos, empapados, dificultaban mi avance. Apenas sentía los pies, el frío de aquella tarde hacía que la situación fuese aún más desesperante. No sabía qué hacer, a dónde ir o cómo lograr escapar. Supongo que la palabra que mejor describiría la situación es frustrante. Demasiado frustrante.

Trataba de correr, pero por culpa de la fuerza del agua del riachuelo, sólo conseguía caminar torpemente. Mi respiración era entrecortada, un jadeo, que se entremezclaba con el murmullo del bosque. Estaba cansada, pero tenía que seguir. Debía seguir. Tropezaba constantemente, y me sentía más y más impotente. Entonces lamenté haber prestado tan poca atención a las clases de orientación deportiva que habíamos dado el trimestre pasado.

En un momento dado, me desvié a la derecha. Los pasos se acercaban cada vez más, así que me escondí tras un árbol y traté de taparme lo máximo posible con los grandes helechos que había a mi alrededor. Cogí un puñado de tierra y manché todo lo que pude mi llamativa (tal vez demasiado llamativa) camiseta rosa. Una sombra pasó velozmente por mi lado, pero siguió adelante, sin percatarse de mi presencia. No sé si había sido el miedo o que no había prestado demasiada atención, pero todo lo que había logrado ver había sido una mancha negra, borrosa, que se movía rápido, con mucha seguridad, como si conociese perfectamente el lugar. Y aquello me hacía sentirme todavía más vulnerable.

Esperé allí, quieta, hasta que todo mi cuerpo se entumeció por culpa del frío y lo incómodo de la posición.

Sacudí la tierra de mi ropa, pero no valió de nada: la que hasta entonces había sido mi camiseta favorita estaba completamente embadurnada. Me levanté poco a poco, sin hacer apenas ruido, y cogí la dirección opuesta a la que creía que mi perseguidor había tomado. Ya no sentía la necesidad de correr, pero debía mantenerme alerta.

Caminé sin rumbo por aquel húmedo bosque durante una, dos, tres horas. ¿Quién sabe? Mi noción del tiempo no era demasiado buena. Mis pensamientos llegaban como balas a mi cabeza, haciendo que no pudiera acabar de meditar algo sin que un nuevo miedo se apoderase de mí. Y cuando ya creía que no encontraría jamás el modo de volver a casa, encontré aquel lugar.

Un pequeño molino de piedra se erguía majestuoso, a pesar de su escaso tamaño, justo ante mis ojos. Estaba viejo, pero conservaba aquel aire de grandiosidad que estaba segura que había tenido años atrás. Sentía la necesidad de acercarme a él, de sentir la magia que le rodeaba. Y lo hice. Mis manos iban acariciando las piedras grises que en otro tiempo había formado un muro que hoy ya estaba roto, mientras me iba imaginando la de cosas que podrían haber sucedido allí años y años atrás: la historia de amor entre una joven, hija del molinero, y su amado; bailes y verbenas; una anciana contando historias en el interior…

Y tan pronto como pensé en el interior, sentí la necesidad de entrar cuanto antes. Busqué, ansiosa, algún acceso, pero fue en vano. Donde antes había estado la puerta ahora había un enorme montón de piedras que un árbol había derrumbado. Pero un ‘no’ no era la respuesta que yo quería. Una voz habló alto y claro en el interior de mi cabeza. ‘Puedes entrar por abajo, por donde pasa el agua’. Y, sin saber el porqué, le hice caso.

Bajé al río, volviendo a mojar mis pies. Esta vez avanzaba incluso más rápido que antes (cosa que creía imposible). Estaba tan desesperada que tropecé con una piedra y me caí de bruces. Tenía las manos ensangrentadas y los pantalones rotos a la altura de las rodillas, pero me daba igual. El agua me daba por la cintura, y me arrastraba hacia delante, así que cuando me di cuenta de la soberana estupidez que estaba haciendo, no conseguí retroceder.

La pared del molino apareció ante mí, y sin darme cuenta, ya estaba casi dentro. Pero, ¿dentro de qué? La voz había dicho que había una entrada, pero solo veía una rueda, e iba directa hacia ella.

Me di la vuelta y traté de nadar en alguna dirección, y en la orilla del río vi, de nuevo, aquella sombra. Pero esa vez, tenía algo parecido a una cara. Una cara diabólica que me miraba fijamente y se reía de mí. Y supe que no podría hacer nada, que mi lucha acababa allí. Me rendí. Y el agua me arrastró como a un cadáver.

La rueda comenzó a girar lentamente, como si un gigante se despertara de su sueño, un sueño que hubiese durado años y años. Sentí cómo mis pies se levantaban del agua. Sentí cómo iba siendo engullida y cómo subía, y sin saber muy bien cómo, de repente estaba boca abajo. Traté de soltarme, esperando tener suerte aquella última vez, pero todo fue un esfuerzo inútil.

Llegó el dolor. Un dolor sordo y desolador. Noté cómo los dedos de mis pies eran aplastados, como crujían. Grité, o, más bien, traté de gritar, pero las palabras no salían. La rueda seguía moviéndose cada vez más rápido, sin enlentecerse siquiera cuando mi pie fue totalmente espachurrado. Aquel dolor tan agudo me consumía. Después de los pies fueron las piernas. Y cuando iba por la rodilla, sucedió aquello que siempre dicen que pasa: mi vida pasó por delante de mis ojos. Recuerdos de los dieciséis años, de los dieciséis inviernos y veranos que había vivido. La primera guitarra que me habían regalado unas Navidades, la primera vez que me había ido a dormir a casa de alguna amiga, el primer beso, el primer día de instituto… Momentos más o menos felices, que se acaban ahí. La vista se me fue nublando poco a poco; ya no podía resistir más. Escuché a la voz de nuevo en mi cabeza, que se reía siniestramente. Y, cuando calló, dejé de sentir.


1º Premio: Subconsciente, Nuria Outeiral Pais 2ºA


SUBCONSCIENTE


O inverno comezaba a manifestarse, chovía a cachón e o vento azoutaba con forza as árbores. Non era o día ideal para a mudanza pero só faltaban as últimas caixas e decidiron seguir adiante con ela pese ao temporal para poder instalarse no piso novo esa mesma tarde. Era un piso pequeno: dous cuartos, unha pequena sala de estar unida á cociña e un cuarto de baño, pero para eles dous estaba ben. O único inconveniente que lle comentara o axente inmobiliario era que ao tratarse dun ático terían problemas coa humidade, que seguramente, e máis aínda nestas datas, sería abundante. Pese a iso, o prezo parecíalle xusto e económico e o piso bonito e acolledor polo que a humidade non lles pareceu un inconveniente tan forte como para botarse atrás coa compra.

Despois de colocar os trastes que quedaban nas últimas caixas prepararon unha cea xeitosa e celebraron cun brinde a instalación na nova vivenda. Mais o cansazo da tarefa continua de todo o día era insostible e retiráronse ao dormitorio ao pouco de acabar de cear.

Quizais o cambio de fogar fixo que ela non pasara unha boa noite, pois espertou sobre as tres da madrugada sobresaltada por un pesadelo. Abre os ollos. Mira o teito. As humidades non son normais, o axente inmobiliario dixera que eran abundantes pero tan só nunha noite o teito xa estaba cuberto de humidade. Quedou pensando niso, e nun intre a grande marca de humidade no teito móvese e adopta a forma dunha mensaxe: “Obedece.10.”. Alármase enormemente, prende a luz para dar creto ao que ve e ca luz desaparece a mensaxe. Quizais ten a cabeza alterada polo pesadelo así que tenta volver a durmir. Pecha os ollos, e cando os volve abrir son as nove. El xa ten o almorzo preparado. Non lle comenta nada do acontecido, quizais foi un sono ou unha paranoia infantil. Pero chega a noite, a mesma hora, abre os ollos e unha sensación estraña percórrelle o corpo, a humidade móvese, e aparece outra mensaxe: “Sigue adiante.9.” Prende a luz, non hai rastro da marca. Levántase amedrentada e diríxese ao baño. O único son que se escoita é o tintinar dos tubos da calefacción. Abre a porta do baño e paseniño volve ao cuarto. Á mañá seguinte cóntallo todo a el, pero o mozo tómao como unha chanza e ela anóxase con el. Promételle que poñerá o espertador para as tres da madrugada para probar por el mesmo o que lle di ela e deste xeito tranquilízaa.

Abre os ollos e a humidade comeza a moverse, esta vez a mensaxe di: “A noite é sabia.8.”. El dorme, entón mira o reloxo rápido e son as dúas da madrugada. Xírase para espertalo pero cando se dá conta o único que hai no teito é unha simple mancha de humidade.

O insomnio puido con ela esa noite e á mañá seguinte tiña un aspecto enfermizo. Os dous falaron do acontecido e decidiron visitar o psicólogo para tratar eses pesadelos, que se foron sucedendo cada día coas respectivas mensaxes: “Mediocre.7.”, “A mellor arma corta a carne.6.” e “O peón non é rei.5.”. Mais as tres sesións que levaba co psicólogo non acadaran resultado ningún. Na casa empezara a crearse certa tensión debido ao distanciamento entre ambos; pois ela non estaba segura de que fosen pesadelos e el semellaba que a tachaba de tola.

Analizando as mensaxes coa psicóloga chegaron á conclusión de que os números eran unha conta atrás. Preguntáronlle se o día sinalado como fin da conta atrás tiña algún tipo de significado especial para ela, mais non encontrou relación ningunha con feitos acaecidos ao longo da súa vida.

Apenas podía durmir xa que a secuencia de feitos estaba na súa cabeza as vinte e catro horas do día: “abre os ollos, aparece a mensaxe, prende a luz, desaparece a mensaxe.” Analizou as mensaxes unha a unha e non conseguía descifrar nada. Algunhas xa nin as lembraba. Quizais era verdade que estaba tola. Quen sabe.

A mañá despois da mensaxe “A lúa actúa.1.” un fluxo de ideas chegaron á súa cabeza. Colleu o calendario e reparou no ciclo da lúa. Esta noite era lúa chea. Os pesadelos ou o que fosen, dalgún xeito, estaban vinculados á realidade e iso arreguizábaa máis. Advertiuno a el do seu descubrimento pese ao enfado superficial que experimentaban eses días. Acordaron permanecer espertos toda a noite. Ela, aínda que por unha parte non podía evitar o medo, por outra estaba tranquila xa que por fin os pesadelos cederían, pois a psicóloga dixéralle que ao mellor a conta atrás era un capricho da súa mente, que non significaba que estivera tola, simplemente experimentaba un pequeno desequilibrio mental, e ó rematar esta, remataría todo.

Foron ao vídeo club alugar varias películas para que a noite se fixese amena e levadía. Comezaron a ver as películas ás once da noite, pois estiveran entretidos toda a tarde e asemade ela non tiña sono, quizais os nervios non lle permitían telo.

De súpeto abre os ollos e cae na conta de que quedou durmida. Alármase. Son as tres da madrugada e no teito hai unha mensaxe: “Ti es a dona dos teus actos”, xírase e el non está. Levántase alporizada, pero de súpeto éntralle o medo. A casa está moi apracible como para que alguén ande roldando por algún cuarto. Sae ao corredor e encóntrase a alfombra descolocada e o floreiro suízo que lle regalou súa nai feito anacos no chan, abre a porta do baño amedrentada, prende a luz e espántase ao comprobar que todo está tirado, parecera que entraran a roubar, ou que alguén dera tombos contra todo. O ruído da tubaxe da calefacción asústaa. Ten medo. Aínda non entrou na cociña, pero o final do corredor fáiselle tan escuro e lúgubre que non se atreve a entrar. Dun impulso avanza ata o final do corredor, abre a porta, prende a luz. E aí esta el, acoitelado no chan, morto. Non sabe se o entende todo ou se non entende nada. Soño ou realidade?
















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